Dice Xavier Marcet en su último libro que una empresa deja legado y un negocio. Y, si acaso, deja dinero. Un buen punto de partida para reflexionar sobre el papel que las marcas aportan al proceso de transformación socioeconómico y ecológico de nuestro país.
Un ejemplo de crecimiento ‘no inclusivo’: la relación de las grandes instituciones bancarias con nuestros mayores. Con sus decisiones estratégicas y sus acciones del día a día observamos cómo están empujando a este colectivo hacia la exclusión financiera y exponiéndose a una nueva vulnerabilidad, que se añade a la exclusión digital.
¿Qué se puede hacer? Confiar en la autorregulación es poco razonable. La Asociación Española de la Banca y la CECA han respondido con un protocolo voluntario para combatir la exclusión financiera. Voluntario y reactivo, ya que la medida sólo se ha anunciado tras el gran revuelo mediático producido por la iniciativa Soy viejo, no idiota -protagonizada por Carlos San Juan- y que, hasta la fecha, ha recogido 600.000 firmas.
Hay que exigir, por lo tanto, una mayor implicación de los poderes públicos para regular esta materia. En clave local, hay modelos de negocio que llevan la sostenibilidad, la solidaridad y el compromiso social en su ADN desde hace décadas: el mutualismo de previsión social en particular llega a 2M de personas a través de más de 200 mutualidades en todo el territorio nacional, y, de forma más general, las organizaciones empresariales de la economía social.
Referentes no faltan. Necesitamos pasar del dicho al hecho. Los consumidores creen, cada vez menos, en los grandes propósitos corporativos que se utilizan para decorar salas de reuniones. Y valoran, cada vez más, a las marcas por su comportamiento corporativo real.